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PROYECTAR LAHERIDA: RITUALIDAD,COMUNIDAD Y MEMORIA   por Eduardo Caballero

Resulta imperativo volver a abrir una herida si existen signos de infección o si la cicatrización ha sido defectuosa, ya que esto puede generar dolor crónico o movilidad reducida, también, si la herida cerró con cuerpos extraños atrapados en su interior, es necesario abrir para extraerlos.

 

¿Puede que existan heridas compartidas? Personalmente pienso que sí, que son cada vez más numerosas y que no necesariamente son compartidas por vínculos de proximidad, tampoco pienso que sepamos exactamente donde se encuentran estas heridas, lo que sí sabemos es que duelen o al menos molestan e impiden el libre movimiento.

 

Si no sabemos en qué lugar se encuentran estas heridas, ¿por dónde abrimos para sanarlas? Intuimos, presentimos cuerpos extraños, ajenos, con los que anhelamos mantener un vínculo más directo, para deshacer la ajenidad, para detectar la herida e intervenir de forma óptima. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que quedaron atrapados bajo la sutura de una herida mal tratada. La alternativa, entonces, se encuentra en la posibilidad de desarrollar una forma de diagnóstico espectral, ahondar en la capacidad de explorar lo no visible, de percibir las resonancias que permanecen atrapadas, de dialogar con los fantasmas, con lo no vivo, para traer al presente, traumas del pasado que duelen hoy profundamente, muy adentro de unas heridas cauterizadas con plomo, cuyas secuelas tóxicas complejizan hoy la posibilidad de sanación. Lo espectral exige habitar un tiempo dislocado que transite y entrelace libremente el pasado y el presente, que transcienda la lógica impuesta de un tiempo lineal y advierta que lo que se presenta aparentemente distante quizás está mucho más cerca.

 

Abrir y reabrir esas heridas permite ahondar en los relatos que han sido ocultos bajo las cicatrices, en las historias de vida de Otres que contribuyan hoy a impedir el avance eterno de la Otredad como una de las bases del mundo que habitamos y que dificulta la dignidad de la mayor parte de quienes lo conforman.

 

Habitamos un marco de realidad tan arraigado que se vuelve invisible a nuestra percepción. Nos desenvolvemos en él, nos transformamos dentro de sus límites, sin detenernos a notar su presencia, cuestionar sus contornos, detectar las heridas que inscribe en nuestro cuerpo. Complejo y necesario el ejercicio de situarse en los límites, en lo ininteligible, cuestionar el lenguaje porque incluso las palabras traicionan en la construcción de una realidad alternativa, vienen regladas, impuestas desde el centro y desde arriba, suplantando otros sistemas de comunicación como la oralidad de las culturas indígenas que no solo han sido vehículo de información, sino formas de conexión profunda con el entorno, la memoria colectiva y lo espiritual.

 

La pieza Yo merezco de Romina Rivero fue construida en una comunidad integrada por cinco mujeres, lo que le confiere a la obra una potencia singular y diferenciada. Por paradójico que parezca, en el momento actual, el gesto de afrontar un acto vital—en este caso, la construcción de una obra de arte—de manera colectiva, es en sí mismo un acto disruptivo. El sistema que hoy nos estrangula ha centrado su estrategia de acción en el individualismo, desarticulando los lazos que sostienen lo común. Revertir esta dinámica se vuelve una urgencia inaplazable para comenzar a afrontar la crisis ecosocial que hoy nos atraviesa.

La pieza nace con la formulación de un texto que funciona casi como un mantra, un ritual, que a través de la repetición de “Yo merezco” al principio de cada enunciado se convierte en una herramienta performativa de resistencia y afirmación del ser. En esencia, el texto alude a la dignidad humana y el derecho a la plenitud vital, lo cual, debería ser algo intrínseco a la existencia, pero termina convirtiéndose en algo que debemos reivindicar o tomar conciencia de su ausencia.

 

Lo que se presenta en la obra es el registro acústico de este texto, donde la forma de onda sonora se materializa de dos maneras: Por una parte, a través de un gráfico elaborado en pan de oro, por otra, mediante la sutura del tejido del lienzo, que a su vez revela una herida. De ella emergió en oro la energía generada por el sonido del ritual, que reclama aquello que debiéramos tener garantizado como humanos. La sutura de la herida transcurre por aquellos pliegues por donde es imperativo abrir para propiciar la sanación de todo aquello que imposibilita la dignidad humana y el disfrute de una vida plena.

 

La vegetación, las flores, crecen verticalmente apoyadas en los intersticios que la sutura y el gráfico sonoro generan, irrumpe así una presencia no humana que nos interpela al reflexionar sobre todo lo anterior, evidenciando que la posibilidad de una vida plena necesariamente debe incluir la vida plena de otras especies. A su vez, esta vegetación enlaza con la noción de un cuidado femenino del ritual, de la herida, de la cicatriz, que la mujer practica y domina desde épocas pretéritas, albergando, entre otros, el conocimiento acerca de las plantas medicinales y sus formas de uso, conformando la base de la medicina moderna. Según la investigadora ecofeminista Carolyn Merchant, el método científico moderno reemplazó la cosmovisión orgánica que veía en la naturaleza, en las mujeres y en la tierra las madres protectoras, por otra cosmovisión que las degradaba a la categoría de recursos permanentes.

 

La obra Cicatrices sin dolor tiene un componente mucho más íntimo, un cosmos personal que va tejiendo una línea de vida en busca de la dignidad y plenitud ya mencionadas. Ambas piezas se entrelazan en una relación simbiótica indispensable: no se trata de oponer individualidad y colectividad, sino de reconstituir su equilibrio. La sanación y los cuidados deben recuperar su dimensión comunitaria sin anular la autonomía individual, reconociendo que solo en la interdependencia es posible la plenitud.

© 2014 by Romina Rivero, contemporary artist  

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