AD INTUS. THE SPACE IN WHICH WE LIVE by Kumar Kislo
THE FEATHER CUBE
Las plumas, concebidas desde la historiografía del arte, poseen un evidente significado surrealista cuyo máximo representante es posiblemente el magnífico cineasta Luis Buñuel.
Más allá de la muerte de Pedro en aquel chiquero de Los olvidados, las plumas en Ad Intus de Romina Rivero remiten, ya desde el texto de presentación de la muestra, a la condición del sujeto en el posmodernismo. Una etapa que, a pesar de su vigencia extrema y casi desgarradora, parece irse diluyendo. Lo que las aguas traerán es imposible conocerlo.
Con todo, hemos asistido a la gestación consciente por parte de las clases dirigentes de un monstruo de cabezas infinitas. Una criatura perfecta que domina desde la apariencia y para la apariencia. Se ha conseguido rodear al individuo de falsas apariencias de libre expresión y albedrío cuando realmente el sujeto posmoderno está inserto en una celda como la que describe Rivero. Se trata de un límite espacial que no existe para el ente, llamémoslo mercado, que lo gobierna. No se trata de una cárcel, no es un manicomio, ni tiene nada que ver con las celdas monacales. Es el espacio, el cluster de información que se ocupa dentro de la sociedad hipertexto posthipermoderna. Permanece acolchada porque debe ser confortable, o al menos parecerlo. Al contrario de lo que pueda parecer, no tiene salida, ni debe tenerla. Entre algodones, cálidamente, se permanece en un estado prácticamente amniótico iluminados al calor de las redes sociales. Esta luminaria ilustra erróneamente lo que parece un encuentro y que no es sino una esquina.
La penumbra de este ambiente de confort, ese perpetuo gran anhelo posmoderno, favorece la ocultación de la suciedad, imperceptible para una contemplación superficial. Sin embargo, si se logra permanecer en la sala más de cinco minutos, puede apreciarse en las paredes una mezcla de plumas negras en la perfección nívea de este feather cube. Hace aparición, por tanto, un nuevo componente para el espectador avezado: la fragilidad de la condición posmoderna, la resistencia ante ella. No en vano, si la mano se pasea por la sala y efectivamente se comprueban las texturas, alguna pluma irá cayendo al paso. No es más que un decorado, un componente más de la sociedad del espectáculo.
La obra en sí misma resulta hermética más allá del breve discurso que la acompaña. Este alude a un cierto optimismo para la creación y el conocimiento humanos dentro del tejido social posmoderno. Lo cierto es que no existe. El posmodernismo no hace prisioneros.